martes, 11 de septiembre de 2012

Jesús Royo: La independencia es mentira


Que no. Que lo de Cataluña o Euskadi como nuevos estados independientes de Europa no cuela, que no va a ser, porque lo que no pué ser no pué ser: y además, es imposible, como dijo el Guerra torero. O sea, dejen de molestar, por favor. O si quieren autoengañarse, engáñense con algo más divertido, o como mínimo que no suponga una paliza para sus convecinos.
Esta podría ser la conclusión del artículo. Pero vayamos por partes. El pasado martes, en la conferencia -espléndida- de Félix de la Fuente en Ágora Socialista, alguien hizo una pregunta sobre viabilidad de la independencia de Cataluña dentro de la Unión Europea. Félix de la Fuente fue funcionario en Estrasburgo, jefe durante años de la sección española de traductores del Parlamentum. Por tanto, conoce el paño. Su respuesta fue tajante: ninguna. Porque para admitir a Cataluña como miembro de la UE se necesitaría la unanimidad de los estados miembros. Y suponiendo, que ya es suponer, que España avalara la candidatura catalana, quien la iba a vetar es Francia: con total seguridad. Recuerden el pas d’histoires, messieurs, pas d’histoires con que fueron recibidas por Clemenceau las demandas de autonomía de los catalanes que se personaron en el Pacto de Versalles hace casi un siglo.
Lo bueno viene ahora. Un contertulio explicó su experiencia personal en Bruselas. Asistían a una reunión de las Regiones de Europa. En la comida coincidió con el eurodiputado convergente Ramon Tremosa. Le preguntó si iba a plantear el horizonte de independencia de Cataluña. La respuesta del eurodiputado: “Aquí conocen la realidad, y saben que eso es imposible”. Entonces lo vi claro: precisamente por eso, porque es imposible, insisten tanto en la independencia. ¡Oh paradoja! El independentismo funciona porque y en la medida en que la independencia es imposible.
El independentismo, ya lo he dicho en otros escritos, no pretende la independencia: lo que pretende en realidad es… el independentismo. Es un brindis al sol, un órdago sin cartas, es como la amenaza del fanfarrón del soneto de Cervantes, que ‘caló el chapeo, requirió la espada / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada’. Cuando Mas, Mascarell, Oriol Pujol, o su mismo padre, insinúen -normalmente con medias palabras- que nos vamos a hacer independientes, piensen a) que hay algo que quieren ocultar o que no se note: efecto trilero, b) que no se juegan realmente nada, c) que lo hacen como estrategia de acollonimiento del contrario, y d) que se merecen una pedorreta por respuesta.
Porque eso sí: hablan tanto de la independencia, y con tanta pasión -hasta parece que se lo crean-, que merecerían que se realizara. Que un día España les dijera “vale, lo entendemos, a fuer de demócratas no podemos reteneros contra vuestra voluntad, esto no es una cárcel de pueblos como decís, sino un estado de ciudadanos libres, etcétera”, y que propusiera un tratado de separación pacífica. Me imagino a los independentistas más conspicuos “òstia, no fotem! ¡No hay que tomárselo al pie de la letra! Es que los españoles os lo tomáis todo a la tremenda, ¿eh? Hablemos,parlem-ne!“.
Lo bonito del independentismo es que ha creado un mito, un lenguaje, casi un género literario. Y una industria, entre banderas, bufandas y pongos diversos, casi como el propio Barça. Y frases. Hay en el independentismo raudales de literatura: normalmente no se cita la palabra independencia, como si fuera tabú o el nombre de Yahvé. Lo cualestimula las fórmulas oblicuas, imaginativas, y que todo el mundo entiende: el derecho a decidir, cambiar de domicilio, buscarse la vida por otros derroteros, entrar en un terreno desconocido, llegar a Ítaca. Tiene mérito, sin duda. Aunque fuera solo como juguete para desarrollar las neuronas, sostengo que el independentismo debería gozar de protección.
Otra cosa son los pobrecitos que se lo creen todo de pe a pa, que los hay, hay gentepa tó. Hay quien piensa, como el notario Juan José Lòpez Burniol, que estamos en un fin de ciclo, una de las pocas bisagras de la historia. Otros, que la Cataluña independiente es cosa de pocos años, quizá de meses, porque “el tren de la historia pasa por delante nuestro”, dicen. Toda esta gente, el día que vean que los billetes para Ítaca son falsos, que no hay Ítaca ni barco, ¿podrán reclamar responsabilidades, daños y perjuicios? Tantas toneladas de frustración de tanta gente, ¿no se las comerá nadie? ¿Y si pasa algo irreparable, que a algún loco se le crucen los cables y la líe? ¿Alguien ha pensado en sacarnos una póliza colectiva de seguro para ese caso? Me pregunto qué habremos hecho mal los catalanes para tener una clase dirigente de perfil tan bajo.
Creo sinceramente que nos merecemos algo mejor: mejores pensadores, mejores políticos, mejores periodistas. O como mínimo, honestos. Y si no saben más, que pleguen, como solemos decir: fuera. O, como decía Tarradellas a los psuqueros: “Que cardin més“.
Jesús Royo es catedrático de Instituto de Lengua catalana y licenciado en Filosofía

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