Érase una vez
un Principado que formaba parte de un Reino. El Reino tenía su Rey, con una
familia que vivía de la Corona y, algunos de sus miembros, de varios
chanchullos. El Monarca hacía vida propia de quien ciñe Corona…viajes,
cacerías, yates… Pero en ese apartado Principado gobernaba, en nombre del Monarca,
un hábil valido que durante casi 24 años hizo y deshizo. Cuando fue apartado
por voluntad popular consiguió colocar a su delfín y exresponsable de su
Hacienda en situación de relevarle, al tiempo, en su posición gobernante. Ya
senil y con una cohorte de retoños criados en la acomodación que brinda la
extensa permanencia del patriarca en el poder, los hijos empezaron a ser
conocidos por aprovecharse de la cosa pública para engordar el bolsillo
privado. La policía del Reino investigó la ostentosa y opulenta vida que
llevaba el clan…yates, coches y fincas de lujo generadas por comisiones recibidas
de aquellos privados que contrataban con la administración gobernada por Don
Pujolone. Y ante la posibilidad de que finalmente se destapara el pastel de la
trama y los miles de millones obtenidos a costa del erario público, finalmente
el delfín, una vez recuperado el poder temporalmente perdido, emprendió el
camino del tren llamado independencia” para desgajar al Principado del Reino y eludir
así la acción policial y judicial que se cernía sobre la banda. Aprovechó para
ello sentimientos legítimos ajenos que hizo suyos cual Moisés divinamente electo.
Pero finalmente el tren resultó no ser para el clan más que una alfombra bajo
la que seguir barriendo y ocultando las inmundicias de los trapicheos
lucrativos con los que la “famiglia” habría obtenido más de 1.800 millones de
euros, según la policía del Reino. Y se destapó la fiambrera.
Y dentro
aparecieron empresas con las que la trama operaba. Empresas que eran
compartidas por distintos miembros del clan…Pujolone y Puignone. Y ello
mientras el nuevo valido declaraba también haber heredado millones en cuentas
en el extranjero.
Distintos
paraísos fiscales eran custodios de “confesadas herencias” aunque ridículas
frente a los reales miles de millones obtenidos. Resultó que no era el Reino
quien robaba al Principado…eran sus propios gobernantes. Los que durante
décadas habían cobrado suculentas comisiones por cada escuela, comisaría,
hospital, juzgado, carretera o autopista que se levantaba en el Principado. La
pretendida independencia resulto no ser, para los Pujolone, nada más que una
alfombra.
(Artículo El Full, septiembre 2014)